Nuestra misión en la Iglesia es recordar a todos los bautizados la preeminencia de la oración, pues estamos convencidas que el primer compromiso misionero de cada una de nosotras es precisamente la oración. Ante todo orando se prepara el camino al Evangelio; orando se abren los corazones al misterio de Dios y se disponen los espíritus a acoger su Palabra de salvación. Es este nuestro modo más concreto de evangelizar, de apoyar y secundar la labor evangelizadora. La oración entendida como una moneda con dos caras: la celebración fiel y perseverante de la Liturgia de las Horas, la oración pública de la Iglesia, y la oración personal. Son absolutamente inseparables. El Oficio divino nos une a toda la Iglesia, nos hace sentir la catolicidad y hermosura de la unidad con todo el cuerpo eclesial. Es esta una oración objetiva que nos “descentra” de nosotros mismos. Los salmos nos van configurando y nos ayudan a hacer nuestras tantas situaciones humanas.
La Lectio divina
Una forma muy propia de la tradición monástica de orar es la “lectio divina”, la lectura orante de la Palabra de Dios. Se trata de leerla, meditarla, orar, contemplar y actuar. Su finalidad (si tiene alguna, pues es algo gratuito, nace del Amor) es la unión con el Señor y la obediencia de la fe en la propia vida que nos lleva a «hacer carne» cuanto oramos.
Et Labora
Entonces serán verdaderamente monjes si viven del trabajo de sus manos (RB 48, 8).
Es mucho lo que se hace en un monasterio, vivimos del trabajo de nuestras manos. Como todos, trabajamos para nuestro sustento y para poder ayudar a que otros lo tengan. No tenemos un campo exclusivo de trabajo lo único que nos pide san Benito es que los diversos oficios se ejerzan dentro del recinto del monasterio. Y que nada se anteponga a la Obra de Dios. Todo trabajo es lícito con tal de que el monje no deje de serlo. De ahí la insistencia en la prevalencia del ser sobre el hacer. A través de los diversos modos de subsistencia el monje y la monja debe evangelizar con su modo de obrar. Es el contenido que se da a la obra realizada lo que da valor a un trabajo, no el afán de competitividad o de lucro (afán que fustiga san Benito sin contemplaciones en el Capítulo 57 de su Regla). La primacía debe estar en Dios y en el trato íntimo con Él, sólo así nuestro hacer resplandecerá por su armonía y responsabilidad en la tarea encomendada.